Nací hace casi 33 años en un hospital público de Puebla (uno de esos que llevaba mi nombre, como si fuera plena desgracia) se llamaba San Alejandro, justo como una épica aventura llena de fantasía, habían pasado sólo 23 días de que se consumara la caída del Muro de Berlín seguramente por eso siempre me encantó encontrarme con las distintas historias que alimentaban el planeta. 

Desde que era pequeño tuve una extraña fascinación por los acontecimientos históricos y seguramente por eso, me causaba intriga que mi fecha de nacimiento sí coincidía con la Independencia de un territorio que hoy es llamado Emiratos Árabes Unidos sí, ese lugar que hoy presume de tener a Dubai esa ciudad tan peculiar y que está de moda pero, que aún con su moda, no le alcanza para ser llamada capital.

Pero también, ese mismo año la televisión gringa encontró dos de sus máximos íconos de comedia ácida estadounidense: Seinfeld y Los Simpson. 

Los seres humanos somos plena consecuencia, no más, tenemos la virtud de crearnos, de ir formándonos y de convertirnos en cada momento que sucede en nuestra vida y es que, yo sabía que iba a contar historias sólo que, no tenía idea de qué forma, ¿cómo lo sabía?

Déjenme contarles un poco…

En pleno 1992 estaba muy de moda una boyband mexicana que hizo un cover de una canción francesa llamada “Voyage, voyage” de 1989 (ajá, otra vez ese año) y que ciertamente se convirtió en esa tonada pegajosa para un niño de prácticamente 2 años (y meses) sí, aquí no les vamos a mentir diciéndoles que fui uno de esos niños que escuchó a Chopin y que eso lo cultivó desde la matriz de su madre (serían mentiras publicitarias)

Entonces, en plena década final de los 1900 resultaba interesante como Aquanet acababa con las cabelleras ochenteras y propiciaba calvicie en muchos de los íconos de moda y se los pongo más trágico aún: suéteres largos, dinosaurios, pantalones deslavados, ¡cómo te extraño tragedia noventera!

Llegaba a casa por las tardes después de ir a la escuela “a aprender”, no les voy a mentir, era un estudiante muy del promedio, de ese promedio que le dicen a sus padres: ¡Hágase un favor y aléjelo de la escuela! (sí, así de ácida como comedia gringa era la educación en el México de los noventa y más para un niño zurdo)

No quería quitarles ese detalle, nací zurdo, en una época en donde, ya no era tan trágico nacer zurdo pero, aún éramos esos bichos raros del ecosistema que no sabían comprender y que vendían como si fuéramos atracciones de feria: ¡Pase a ver al niño zurdo que no sabe cortar!

Me gustaba tanto armar rompecabezas, los deportes y los libros que tuve una colección sui géneris de libros auspiciados por varios patrocinadores (padres, amigos, familia) en su mayoría editados por Editores Mexicanos Unidos: Corazón, Diario de un Niño, El Principito, Platero y yo, en fin…  

Me encantaba leer, pero a mi ritmo y lo que yo quisiera, sí, hasta pa’ las letras fui medio curioso, no leía por encargo, leía por placer.

Escribía, escribía demasiado y siempre quise ser escritor, pero, de esos que nunca aprendieron a escribir cuentos, porque yo no contaba cuentos, contaba historias y es que justo es como decía esa película de Tim Burton llamada “El Gran Pez”: “Un hombre cuenta sus historias tantas veces que al final él mismo se convierte en esas historias, siguen viviendo cuando él ya no está, y de este modo, el hombre se hace inmortal.”

Siempre he logrado que mis historias sean el momento en donde disfruto mi día, seguramente por eso disfruto tanto el café, cada sorbo alimenta la curiosidad de las palabras que lo acompañan. 

Construía con palabras lo que no pude dibujar porque siempre fui pésimo, siempre quise tener una revista, imprimía hojas en una vieja computadora que tenía en casa, las intentaba vender en el negocio de mis padres, la cosa era, vivir de la palabra.

La publicidad fue consecuencia, una hermosa y mágica consecuencia, una construcción llena de causalidades y es que, la vida es un eterno laberinto de causas y efectos que ilumina el andar de los que hoy, se atreven a retarla. 

Justo por eso nunca escribí cuentos pero amé las historias, las que aman ser relatadas. Y es que, soy más historias que cuentos.

Alejandro Johnson Camacho

@alexjohnsonc

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