La historia de Luz es poco conocida fuera de los círculos expertos, aunque su presencia es una constante en las pinturas de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros o Jean Charlot. Acá te contamos más sobre ella.

La modelo usó muchos nombres y apellidos hasta que eligió el definitivo. Luz, Luciana, Lucha o Juliana; Martínez, Pérez, Jiménez o González. El verdadero era Julia Jiménez. Nació a finales del siglo XIX en Milpa Alta, rodeada de cerros boscosos en el sur de Ciudad de México. A los 19 años, cuando la Revolución llegó a su pueblo y las tropas federales masacraron a su padre y a otros hombres, ella tuvo que huir con su madre y sus hermanas. Así llegó al pueblo de Santa Anita, donde se había fundado la primera Escuela de Pintura al Aire Libre. 

Una de las teorías supone que los pintores de esa escuela la convencieron de modelar después de que ella ganara un concurso de belleza; otra versión cuenta que encontró un anuncio de empleo en el centro de la ciudad cuyo único requisito era “quedarse quietecita”. Si bien, su actividad como modelo era pagada, también realizó trabajos como cocinera y sirvienta.

Ella sentía el deseo de estar ahí y se le daba bien modelar. Por lo que todos cuentan, era una persona muy carismática y su físico respondía a lo que la gente quería ver como una mujer indígena representada en el arte. Sin embargo, Luz sólo tomó este impulso para mejorar su vida y la de su comunidad a través de su propio quehacer: la traducción, escritura y promoción del náhuatl.

Si deseas conocer más sobre las obras de las que formó parte y el impacto de su trabajo, te recomendamos leer «La formación de la imagen de Luz Jiménez» de la investigadora Matylda Figlerowicz.

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