El ser humano no debe temer el destino. Es parte de un proyecto cósmico y racional en el que todo lo que sucede se encuentra regido por una ley necesaria que excluye el azar y que volverá a repetirse eternamente.

Este es el punto de partida del estoicismo, uno de los movimientos filosóficos que mayor importancia y difusión adquirieron dentro del periodo helenístico (323 a.C. – 31 a.C.). Hoy en día el término estoicismo se utiliza de forma cotidiana para referirse a una actitud de fortaleza y aceptación ante las adversidades de la vida.

¿Pero cuáles son las claves de este pensamiento y cómo pueden ayudarnos a ser más felices? En primer lugar, hay que tener en cuenta que, para los estoicos, toda gira en torno al Universo, al que conciben como una estructura organizada racionalmente de la que el hombre mismo es una parte integrante.

Es decir, el Universo es un todo armonioso y casualmente relacionado, que se rige por un principio activo (la naturaleza), donde el hombre también participa. Y esa ley natural hace referencia a un poder que crea, unifica y mantiene todas las cosas unidas.

No obstante, no consideran a esa fuerza simplemente como un poder físico: se trata de una entidad fundamentalmente racional o Dios (panteísmo), un alma del mundo o mente (razón) que todo lo rige y a cuya ley nada ni nadie puede sustraerse.

Así pues, esta concepción de la vida desemboca en una visión determinista del mundo, donde nada sucede por azar, sino que todo está gobernado por una ley racional que es inmanente y necesaria. Por tanto, el destino no es más que la estricta cadena de los acontecimientos ligados entre sí.

Según el estoicismo, el azar no existe, sino que es el simple desconocimiento causal de los acontecimientos. Por tanto, si nuestra mente pudiera captar el entramado global de todas las causas estaría capacitada para conocer el presente y predecir el futuro.

Para los estoicos, sin embargo, este mundo es el mejor de todos los posibles y nuestra existencia contribuye a ese proyecto universal, por lo que no hay que temer al destino, sino aceptarlo. Además, según el pensamiento estoico, el mundo se desenvuelve en grandes ciclos cósmicos, de duración determinada, al final de los cuales todo volverá a comenzar, incluso nosotros mismos.

Ellos entienden que cada ciclo acaba con una conflagración universal o consumición por el fuego, de donde brotarían de nuevo los elementos (aire, agua y tierra) que componen todos los cuerpos, comenzando así un nuevo ciclo.

En consecuencia, al estar todos los acontecimientos del mundo rigurosamente determinados, los estoicos aseguran que la libertad no es más que la aceptación de nuestro propio destino, el cual estriba sobre todo en vivir conforme a la naturaleza.

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